22 de enero de 2008

YO NO ESTOY LOCA


YO NO ESTOY LOCA


Pueden juzgar ustedes mismos, pero estoy segura de que mis argumentos son lo suficientemente convincentes como para que crean que yo NO estoy loca. Fui la tercera de tres hermanas. Julieta era rubia y con una melena rizada, más propia de muñeca de porcelana que de persona humana. En aquel entonces, ya conseguía lo que quería con una simple caída de párpados. -¿Quién se podía resistir a esos ojazos azules?- decía mi padre. ¡Pues yo! No era más que la mimada de mis padres, una presumida ingrata, con un cerebro en miniatura. Luego estaba Nora. A parte de una belleza muy superior a la de Julieta, sobre ella, caían todas las esperanzas de mis padres a que alguien de la familia llegara a la universidad; una auténtica rata de biblioteca. Y por último, llegué yo. En mi favor diré, que nada tenía que envidiar a aquellas dos arpías: en cuanto a belleza las triplicaba (como mínimo) y, en inteligencia no se podían comparar a mí, aunque yo la usase de otra manera. Recuerdo que cuándo tenía unos seis años, mis padres me obligaron a ir a un psicoanalista. Decían que mi comportamiento en la escuela no era normal. ¿Por qué? Sólo me dedicaba a sembrar un poco de justicia. Vale, es verdad que a un niño le rompí el brazo con la silla del pupitre, ¡pero se lo había buscado!, ¡me había llamado cuatro-ojos! Y si, también es verdad que a Lourdes le tuvieron que dar puntos en la cabeza por aquel borrador de tiza que le lancé. Pero la culpa era suya, se había reído de mí cuando Jorge me apartó la silla para que me cayera. Y quizás, escupir al director de la escuela por castigarme, cuando tiraba del pelo a Rebeca no ayudó mucho, pero de eso a ir a un Psicólogo… El psicoanalista indicó que era una niña hiperactiva y, que sólo hacia esas cosas para llamar la atención. ¿Y qué creían?, ¿Qué iban a encerrarme en un psiquiátrico? Mis hermanas empezaron a salir con dos gemelos. Eran de buena familia y, he de reconocer que eran muy atractivos. Yo no salía con nadie porque no quería comprometerme. ¡Qué quede claro! En unas navidades anunciaron que se casarían las dos el mismo día. ¡Imagínense que notición!: mi padre lleno de orgullo, mi madre llorando como una magdalena, hasta el perro que teníamos se puso a bailar… Menudo espectáculo… Cien pruebas de moños, doscientos tipos de invitaciones, cuarenta menús para probar… Y ¿me pidieron opinión? ¡Pues no! Cinco meses antes de la boda, conocí a un chico, se llamaba Tomás. Era simpático y me hacía reír. Empezamos una relación y decidí presentarle a mi familia. Debí de escoger un mal día, porque ni siquiera le invitaron a cenar, poniendo por excusa que habían quedado con sus consuegros esa noche, para conocerse. ¡Os lo podéis creer! Me sentí avergonzada. Mi relación siguió adelante, con los altibajos normales en una pareja. Se acercaba la fecha de la boda, sólo quedaba una semana. Tomás me llamó para tomar un café y, me comentó que deberíamos darnos un tiempo, porque creía que nuestro noviazgo no iba bien. Pero ¿por qué? ¿sería por lo de aquel día, cuándo rompí el jarrón de una mesa de restaurante, cuando pude ver perfectamente, como miraba el culo a aquel zorrón? O ¿fue la noche en que quemé toda su ropa porque olí perfectamente el perfume de otra mujer? Si me hubiera dicho que era de su madre no habría hecho tal cosa. O a lo mejor, fue porque le pedí que se casara conmigo, desnuda, delante de sus padres la noche en que me los presentó. ¡Bah! daba igual. No podía permitirme ir a la boda de mis hermanas sin un acompañante. Le pedí que me acompañara y accedió. La noche anterior al Gran Día, fui a la habitación de mis hermanas para desearles buena suerte en día, (mis padres me obligaron). Al entrar casi vomito: estaban saltando encima de la cama, dando grititos y casi llorando, como si fueran quinceañeras. Al verme se pararon. -¿Qué quieres, mocosa?- preguntó, Nora. -Desearos buena suerte para mañana- les conteste. Las dos se pusieron a reír como locas. -Nosotras no necesitamos suerte, Tú eres quien la necesita, porque si sigues tan histérica, mañana será lo más cerca que estés de un altar.- Concluyó, Julieta. Salí de la habitación. La boda se celebraba en casa y la ceremonia en el jardín. Desde muy temprano se oían los gritos de mis hermanas y mi madre. Tomás llegó pronto y estaba guapísimo. Le indiqué que me esperara en el jardín. Los novios esperaban en el altar y, mis hermanas, preciosas, bajaban la escalera para encontrarse con ellos. Cuatro horas más tarde, estaba encerrada aquí, en este hospital, con una camisa de hebillas que no me deja ni respirar. Y ¿por qué?, ¿por prender fuego al vestido de Nora y a causa de ello, quemar la casa de mis padres? O ¿por arrancarle la melena a Julieta y empujarla por la escalera?


¡Jajaja! Al final, creo que si que necesitaban un poco de suerte.

1 comentario:

yomismo dijo...

A mí tambien me ingresaron una temporadita..pero no soy ni la mitad de violento que tú..

Quizas por eso me ingresaron..porque toda mi ira acumulada por años de acoso escolar y 3 denunciuas por agresion casi me hacen ir a matar en plan Kill Bill a los que me habian hecho ser asi...fui tan estupido que me autolesioné..y mi madre me ingresó para protegerme de mí mismo..

Tuviste una crisis psicotica como yo y te entiendo..

Me encantaria charlar contigo de veras..ya que nadie se ha atrevido ha publicado un puto comentario..ja! eso es porque no les ha pasado nada parecido y no te entienden..yo sí.

Es más, de pequeño en vez de aguantar tanto, me hubiera ser un poco más agresivo como tú, quizas mi infancia no hubiera sido un infierno y no me ubiera vuelto..hmm..digamos "malo"..

En efecto, nuestra infancia deternmina nuestra adolescencia,,por muchos cientos de euros que llevo gastados en psicologos y psiquiatras...putos chupasangres..parece mentira que en una sociedad ¿del bienestar? como la nuestra tengamos que seguir pagando para que nos escuchen..

Pero yo te he escuchado y te entiendo..aunque quizas se te fue un poquillo la mano con la "quema" no? ;)